
El olor del tabaco envuelve mi habitación mientras las agujas del reloj van cayendo desde el pico de la medianoche hasta las profundidades de la madrugada. No siento que haya nada más vivo a parte de mi en este pequeño mundo forjado entre insomnios y pesadillas, tan solo algunas luces lejanas brillando débilmente y algún que otro ruido de esas máquinas que se engullen nuestra basura. Me asomé por la ventana, en pleno diciembre, con manga corta y sin miedo del frío de ésa ciudad de la cual era una gota más de vida. No tenía miedo de ése frío porque temía más al frío que se cala en el alma cuando te sientes solo y despojado de cariño. A decir verdad a este último ya me estaba acostumbrando con el tiempo, y ya no me daba miedo pasearme con el alma desnuda por el mundo, poca cosa tenía ya a perder, pues lo creía todo perdido. Me quedé unos minutos observando, intuyendo los perfiles de las casas entre esa niebla que tanto se parece a una mirada ahogada en lágrimas. Demasiada melancolía para tan poco espíritu, en aquellos momentos me desmoroné como el castillo de arena que se engulle el mar y las playas de mis pómulos se humedecieron con gotas saladas perdiéndose en mis labios.
3 comentarios
Ester -
>> Jordi -
lokura -